En estos días tan intensos de lucha, donde
lamentablemente no he podido participar como quisiera, me vienen a la mente
hechos históricos recientes que tuve la oportunidad de vivir de primera mano, un
privilegio que le debo a mi padre y a su profesión. Crecí entre distintos
colegios, ciudades y continentes.
En Bucuresti, aun siendo muy pequeño pude ver y poco a
poco entender cuan preciada es la libertad. En esos años, mitad de los 70,
Nicolae Ceaușescu era el equivalente a un ser supremo en ese hermoso y para el
momento triste y maltratado país. La SECURITATE,
su policía política vigilaba prácticamente al 100% de su población. Nicolae
controlaba todos y cada uno que los aspectos de la vida cotidiana de sus
compatriotas. La economía, la educación, la prensa, el deporte y un largo etc. En
la GARDENITZA o jardín de infancia desde
los más pequeños, con pañoleta roja incluida, debían recitar loas al Conducator o líder, jurar lealtad a la
patria por encima de todas las cosas, etc. Un estado policial donde el
amigo de la familia al final te dice que su trabajo era reportar todo lo que hacías.
Un régimen con una sola línea informativa, casas con micrófonos por todos
lados. Esa era la Bucuresti de esa época. La de La Republica Socialistă România.
Y con esto llego a que la historia definitivamente es
un ciclo sin fin. Se repite una y otra vez cada tanto. Y el ser humano, cae una
y otra vez en los mismos errores. En modelos ineficientes que al final solo
traen pobreza, opresión, miseria y muerte. Las tiranías, sean del corte que
sean, siempre culminan cayendo. En parte, pero no exclusivamente, pero si como
factor más importante, el deseo de libertad con el que nacemos la gran mayoría de
los seres humanos. El deseo de crear, de crecer, y sobre todo de que nadie
dicte tu destino, te obligue ver aquello y esto. Más aun el venezolano que con
esa mezcla de razas y culturas es siempre alzado y no le gusta que lo anden “mandoneando”.
La llamada revolución bolivariana
(en minúsculas) desde sus comienzos estuvo destinada a fracasar, y no solamente
por lo antes expuesto. No tiene éxito en
buena medida por ser copia de modelos fracasados y caducos. Modelos que a lo
largo de la historia contemporánea nos han enseñado (obviamente no a todo el
mundo) que no son viables. El chavismo tomó como suyo un modelo económico que venía
de quebrar a todo el bloque del Este de Europa. Ni la misma Unión Soviética con
todas sus reservas naturales y mano de obra barata pudo mantener el sistema de
subsidios, el control de precios y el control cambiario. Su población, al igual
que la nuestra terminó en infinitas colas para comprar lo que hubiera, cuando había.
Los servicios y la salud colapsaron y el régimen finalmente tuvo que ceder ante
los cambios indetenibles, que ya un año antes habían ocurrido en sus países vecinos.
Países que hasta hace meses estaban bajo su feroz influencia y control. Uno a
uno fueron cayendo, en su gran mayoría de manera pacífica y sin violencia
alguna. Las elites políticas de la nomenclatura en Checoslovaquia, Polonia, Hungría,
Alemania Oriental y finalmente Bulgaria habían entendido que no podían seguir aferrándose
en el poder. Karol Józef Wojtyła, Juan
Pablo Segundo, el primer papa de un país del Este de Europa fue factor
determinante en la caída de la Cortina de Hierro. El impulsó al movimiento Solidaridad liderado por el
hoy Nobel de la paz Lech Walesa.
Los vientos de cambio y el Muro
de Berlín que había caído tan solo un día antes en Alemania Oriental me
sorprendieron en las calles de Sofia, aun adolescente y más pendiente de salir
con las amigas de turno y tomarme unas cervezas. Recuerdo, un 10 de noviembre a
eso de las 5 de la tarde frente a la sede del Partido Comunista de Bulgaria en
el boulevard Aleksandar
Dondukov, de pie junto a un grupo de unas mil personas, tal vez un poco más. Ver
como pedían y unas horas después celebraban la renuncia de Todor Zhivkov mandamás del país balcánico. En el momento no entendí
la importancia de ese día, de estar ahí en ese preciso momento. Solo con los años
y algo de madurez fui comprendiendo la magnitud de ese momento. Casi sesenta años
después de la llegada del autoritarismo comunista, Bulgaria, país hermoso de
gente amable y de buen beber recuperaba su libertad. Le siguió Rumania,
Ceaușescu un 21 de diciembre de ese mismo 1989, maravilloso año 89. Luego de un discurso frente a
una multitud, como los del régimen bolivariano en la avenida Bolívar, Mucha
gente, todos con pancartas alusivas al partido y al líder, todos de rojo. En pleno
discurso y después de casi 27 años de férreo y pleno control del país y de su
sociedad, el pueblo dijo basta, no más. Huyó por la azotea en helicóptero y dos días después fue
fusilado junto a su esposa. Su legado, un país quebrado, hambruna, enfermedades
y muchas muertes en eso dos días donde su aparato policial le seguía siendo
fiel y mató muchos
civiles. Finalmente, su ejército entendió que había llegado el momento de estar
del lado correcto de la historia y acabo con el reino de terror del llamado Genio de
los Cárpatos.
Es difícil hacer un símil, nuestras fuerzas armadas son
muy distintas a las de la Rumania de finales de los ochenta. Nuestros oficiales
tienen mucho que perder y pocos sitios a donde poder refugiarse. Por eso se aferran
tanto al poder. El ala civil del régimen trata de seguir manipulando al
ciudadano con migajas, mientras sus bolsillos se hinchan cada día más, producto
de la corrupción y sus negocios con parte de ese empresariado oportunista, ese que
puso en principio a Chávez en el poder y aun hoy saca provecho de ello.
Lo cierto es que la próxima república que tarde o temprano vendrá, debe
incluir en su pensum historia contemporánea de Europa. Y así esos jóvenes cuando
les llegue el momento de elegir, nunca lo hagan como muchos de los de nuestra generación
por un golpista, cuyos mentores eran Fidel, Lenin y Marx.
Para terminar y citando a Walesa, a quien tuvimos el privilegio de escuchar y
ver estando presentes en el hemiciclo de la Asamblea Nacional durante una sesión
especial, finalizaba su alocución diciendo que “Venezuela tiene mucho
para dar al mundo”. Y creo firmante que será así. Saldremos de este ciclo
nefasto, y un día volveremos a ser un país próspero, pujante, para todos por
igual.
Ignacio